Wednesday, December 5, 2012

Ai Weiwei y los niños sepultados de Sichuan


En el 2008, en el terremoto de Sichuan en China, más de 68mil personas murieron. Entre ellas miles de estudiantes quienes quedaron sepultados bajo los escombros.
Las investigaciones posteriores descubrieron que durante la construcción de esos edificios los ingenieros civiles y las oficinas de gobierno locales encargadas de las obras, habían no solo utilizado materiales de baja calidad, pero también habían evitado asegurar las estructuras con el propósito de apropiarse del dinero ahorrado.

A raíz del escándalo, el gobierno chino prohibió todo tipo de noticia relacionada a este hecho. Hizo varios arrestos y hasta sobornó a los padres para que mantuvieran silencio.
Ai Weiwei, un artista que fue liberado recientemente por el gobierno chino, tiene actualmente una exhibición en el Hirshhorn. Una de sus obras más impactantes es una serie de barras de acero, posesionadas sobre el piso, en forma de olas. Las barras fueron traídas desde los escombros de las escuelas. Son el recordatorio silencioso de un crimen sin sentido. Una voz de niños que clama por justicia y por un cambio social en China.



Monday, February 13, 2012

Mi homenaje a Francisco Amighetti


MI INFANCIA FUE…Poema de Francisco Amighetti (Costarricense)

Qué fue mi infancia sino un vuelo de palomas entre campanas, una serie de convalecencias entre almohadas,
y emerger más alto y más delgado pero siempre igual a mí mismo.
Mi infancia está hecha de lluvias y de gorriones sacudiéndose las alas, mi infancia está hecha de sueños para grande, de barriletes de papel en cielos de seda
y de nostalgias anticipadas.
Mi infancia era tener una abuela y dibujar con lápices de color.
Mi infancia fue soñar con los países lejanos porque en lo lejano estaba lo maravilloso. Mi infancia estaba llena de impotencias que suplía con la fuerza de mis sueños,
y por eso todavía estoy en la infancia.
La muerte me acogerá como a un niño viejo,
y seguiré soñando mientras las golondrinas suman y multiplican en la pizarra del cielo,
y los gorriones beben agua en las canoas cuando llega el invierno.


AMIGHETTI
por Stefan Baciu  octubre de 1969
Hay lugares que cabe incluir en lo que podría llamarse el mapa cultural de la América Latina. La 'Isla Negra' de Pablo Neruda, el 'Beco da Lapa' de Manuel Bandeira, y el 'Retiro de Apicucos' (Pernambuco) de Gilberto Freyre. Estos sitios se integran dentro del movimiento intelectual americano como sucede con el 'Café de Nadie' de los "estridentistas" mexicanos, y la 'Calle Florida' donde se originó el movimiento de los "martinfierristas" de Buenos Aires.
Pero estos datos son todavía incompletos, existen en este continente hombres que se distinguen en aquello que el cubano Enrique Labrador Ruiz llamó cierta vez, la "manera de vivir". Así sucede con Francisco Amighetti en su retraimiento y su voluntad de pasar desapercibido, y que es sin embargo, sin lugar a dudas, uno de los más grandes grabadores en madera de la América Latina, y un ejemplo vivo de la raza de los silenciosos, de los callados y discretos. 



Su vida ha transcurrido en su lugar natal, con excepción de los viajes que lo han llevado por Suramérica, Europa y los Estados Unidos, y sobre todo por las repúblicas de Centroamérica, que documenta el estupendo testimonio de sus grabados, en su libro "Francisco y los Caminos".

El artista en su casa—taller ubicada en el barrio La Paulina, 50 varas al norte de la Mejoral, viene a ser la "Isla Negra", o el "Beco" de Amighetti, es un lugar encantado, enteramente suyo, señalado por su presencia.

Aquí uno de los grandes creadores de América, hace de los árboles nativos un concierto de luces y de sombras, de colores y semitonos, una verdadera orquesta de la selva, que suena y habla bajo el dominio de un artista que supo hacerse notable sin premios, sin concursos, sin medallas ni partidos políticos.
He visto a Amighetti caminando rumbo a su casa, con las maderas de sus grabados que llevaba como si fueran un tesoro, y así me he dado cuenta de su mundo. Este responde al universo de sus coterráneos: Joaquín García Monge y Max Jiménez, los creadores que supieron hacer arte dentro de esta dimensión que va desde la sodita de Guadalupe hasta el Louvre, y desde el Metropolitan Museum hasta el parque Morazán.

En los grabados más recientes, el mundo habla el idioma de Amighetti a través de la madera de Costa Rica. Este lenguaje universal llega de los bosques que él ama y conoce. Pero, desde la madera original, o de la que descansa sobre su mesa de trabajo, hasta el grabado expuesto en las salas de exposiciones, existe una terrible distancia. Este es el arte de Amighetti; sólo él sabe cómo se talla, cómo se siente y cómo se la hace hablar.
El ron ron, y el cocobolo empiezan en la casa-estudio de Amighetti una nueva vida. Su casa es un barco sobre las nubes que navega entre la lluvia, cuando las camionetas de Sabanilla y de la Betania pasan por la esquina de su calle, cuando los pasos perdidos suenan en la noche delante de la habitación donde una luz se detiene sobre la madera recién cortada, nace una obra de arte, allí en Costa Rica, en el barrio de La Paulina, 50 varas al norte de la Mejoral.
EL CAMION



Friday, February 3, 2012

Los Motivos del Lobo de Rubén Dario por Denis


LOS MOTIVOS DEL LOBO
Rubén Darío

El varón que tiene corazón de lis,
alma de querube, lengua celestial,
el mínimo y dulce Francisco de Asís,
está con un rudo y torvo animal,
bestia temerosa, de sangre y de robo,
las fauces de furia, los ojos de mal:
¡el lobo de Gubbia, el terrible lobo!

Rabioso, ha asolado los alrededores;
cruel, ha deshecho todos los rebaños;
devoró corderos, devoró pastores,
y son incontables sus muertos y daños.

Fuertes cazadores armados de hierros
fueron destrozados. Los duros colmillos
dieron cuenta de los más bravos perros,
como de cabritos y de corderillos.

Francisco salió:
al lobo buscó
en su madriguera.
Cerca de la cueva encontró a la fiera
enorme, que al verle se lanzó feroz
contra él. Francisco, con su dulce voz,
alzando la mano,
al lobo furioso dijo: "¡Paz, hermano
lobo!" El animal
contempló al varón de tosco sayal;
dejó su aire arisco,
cerró las abiertas fauces agresivas,
y dijo: "!Está bien, hermano Francisco!"

"¡Cómo! exclamó el santo. ¿Es ley que tú vivas
de horror y de muerte?
¿La sangre que vierte
tu hocico diabólico, el duelo y espanto
que esparces, el llanto
de los campesinos, el grito, el dolor
de tanta criatura de Nuestro Señor,
no han de contener tu encono infernal?
¿Vienes del infierno?
¿Te ha infundido acaso su rencor eterno
Luzbel o Belial?"

Y el gran lobo, humilde: "¡Es duro el invierno,
y es horrible el hambre! En el bosque helado
no hallé qué comer; y busqué el ganado,
y en veces comí ganado y pastor.
¿La sangre? Yo vi más de un cazador
sobre su caballo, llevando el azor
al puño; o correr tras el jabalí,
el oso o el ciervo; y a más de uno vi
mancharse de sangre, herir, torturar,
de las roncas trompas al sordo clamor,
a los animales de Nuestro Señor.



¡Y no era por hambre, que iban a cazar!"




Francisco responde: "En el hombre existe
mala levadura.
Cuando nace, viene con pecado. Es triste.
Mas el alma simple de la bestia es pura.
Tú vas a tener
desde hoy qué comer.
Dejarás en paz
rebaños y gente en este país.
¡Que Dios melifique tu ser montaraz!"

"Esta bien, hermano Francisco de Asís."
"Ante el Señor, que toda ata y desata,
en fe de promesa tiéndeme la pata."
El lobo tendió la pata al hermano
de Asís, que a su vez le alargó la mano.

Fueron a la aldea. La gente veía
y lo que miraba casi no creía.
Tras el religioso iba el lobo fiero,
y, bajo la testa, quieto le seguía
como un can de casa, o como un cordero.

Francisco llamó la gente a la plaza
y allí predicó.
Y dijo: "He aquí una amable caza.
El hermano lobo se viene conmigo;
me juró no ser ya vuestro enemigo,
y no repetir su ataque sangriento.
Vosotros, en cambio, daréis su alimento
a la pobre bestia de Dios." "¡Así sea!",
Contestó la gente toda de la aldea.
Y luego, en señal
de contentamiento,
movió la testa y cola el buen animal,
y entró con Francisco de Asís al convento.

Algún tiempo estuvo el lobo tranquilo
en el santo asilo.
Sus bastas orejas los salmos oían
y los claros ojos se le humedecían.

Aprendió mil gracias y hacía mil juegos
cuando a la cocina iba con los legos.
Y cuando Francisco su oración hacía,
el lobo las pobres sandalias lamía.
Salía a la calle,

iba por el monte, descendía al valle,
entraba a las casas y le daban algo
de comer. Mirábanle como a un manso galgo.

Un día, Francisco se ausentó. Y el lobo
dulce, el lobo manso y bueno, el lobo probo,
desapareció, tornó a la montaña,
y recomenzaron su aullido y su saña.

Otra vez sintióse el temor, la alarma,
entre los vecinos y entre los pastores;
colmaba el espanto en los alrededores,
de nada servían el valor y el arma,
pues la bestia fiera
no dio treguas a su furor jamás,
como si estuviera
fuegos de Moloch y de Satanás.

Cuando volvió al pueblo el divino santo,
todos los buscaron con quejas y llanto,
y con mil querellas dieron testimonio
de lo que sufrían y perdían tanto
por aquel infame lobo del demonio.

Francisco de Asís se puso severo.
Se fue a la montaña
a buscar al falso lobo carnicero.
Y junto a su cueva halló a la alimaña.

"En nombre del Padre del sacro universo,
conjúrote dijo, ¡oh lobo perverso!,
a que me respondas: ¿Por qué has vuelto al mal?
Contesta. Te escucho."

Como en sorda lucha, habló el animal,
la boca espumosa y el ojo fatal:

"Hermano Francisco, no te acerques mucho...

Yo estaba tranquilo allá en el convento;
al pueblo salía,
y si algo me daban estaba contento
y manso comía.
Mas empecé a ver que en todas las casas
estaban la Envidia, la Saña, la Ira,
y en todos los rostros ardían las brasas
de odio, de lujuria, de infamia y mentira.

Hermanos a hermanos hacían la guerra,
perdían los débiles, ganaban los malos,







hembra y macho eran como perro y perra,

y un buen día todos me dieron de palos.

Me vieron humilde, lamía las manos
y los pies. Seguía tus sagradas leyes,
todas las criaturas eran mis hermanos:
los hermanos hombres, los hermanos bueyes,
hermanas estrellas y hermanos gusanos.

Y así, me apalearon y me echaron fuera.
Y su risa fue como un agua hirviente,
y entre mis entrañas revivió la fiera,
y me sentí lobo malo de repente;

mas siempre mejor que esa mala gente.
Y recomencé a luchar aquí,
a me defender y a me alimentar.
Como el oso hace, como el jabalí,
que para vivir tienen que matar.
Déjame en el monte, déjame en el risco,
déjame existir en mi libertad,
vete a tu convento, hermano Francisco,
sigue tu camino y tu santidad."

El santo de Asís no le dijo nada.
Le miró con una profunda mirada,
y partió con lágrimas y con desconsuelos,
y habló al Dios eterno con su corazón.
El viento del bosque llevó su oración,
que era: "Padre nuestro, que estás en los cielos..."