Friday, December 30, 2011

Morning Coffee






     We received “Morning Coffee” yesterday from the framer and it’s now in a special place we reserved for it.  Of this painting it has been said:


          “Morning Coffee captures a moment in time; a physical moment hanging by that thread of white smoke lingering on the empty space.  Time in the painting slows down, and it has the power to slow time for the viewer. We are taken into this journey and everything else disappears around us. The girl is beautiful and beauty is innocent. She is unaware of what is to come from the darkness of that empty space in front of her yet she is calm. She is not afraid of that darkness. She is taking a moment to think, to focus, to live.”

        The picture is one of the latest works by Atanas Matsoureff, an artist that made me redefine my concepts of watercolor painting.
He has not only the skill but also the talent to be a significant painter and, without a doubt, all that is needed to become a world-renowned artist. I am optimistic for his professional future and his future contributions to the art scene.  Atanas lives and works in Bulgaria and I am honored to call him my friend. Thank you Atanas for sharing with us a wonderful work of art!  




"The beauty of watercolor painting lies in the white of the paper, the lightness, the movement, the transparency, the vibrant colors. I paint from nature and I bow before the beauty and the forces of the Nature and the simple, ordinary things around us. I try to catch the spirit of each material and to touch the thing beyond reality." Atanas Matsoureff

Thursday, December 29, 2011

El Tigre De Pablo Neruda


Soy el Tigre.
Te acecho entre las hojas
anchas como lingotes
de mineral mojado.
El río blanco crece
bajo la niebla. Llegas.
Desnuda te sumerges.
Espero.
Entonces en un salto
de fuego, sangre, dientes,
de un zarpazo derribo
tu pecho, tus caderas.
Bebo tu sangre, rompo
tus miembros uno a uno.
Y me quedo velando
por años en la selva
tus huesos, tu ceniza,
inmóvil, lejos
del odio y de la cólera,
desarmado en tu muerte,
cruzado por las lianas,
inmóvil, lejos
del odio y de la cólera,
inmóvil en la lluvia,
centinela implacable
de mi amor asesino.


Thursday, December 1, 2011

Tiempo y Rutina por Denis Arguedas

Por todo lo anterior señor Gómez, nos es preciso prescindir de sus servicios a partir de hoy, lunes…”

El viejo volvió a leer las mismas líneas, hasta que se convenció de que en realidad le estaba pasando a él. Desde hacía mucho tiempo se había sentido aislado. Los nuevos empleados que a él le parecían cada vez más jóvenes habían llegado con los aparatos esos a los que él no entendía. Al principio, en su mesa de diseño, pasaba largas horas tomando medidas, cortando pedazos de papel de diferente color, pegándolos. Trataba de crear los mejores dibujos pero rápidamente sus propuestas eran rechazadas y en su lugar los muchachos con los aparatos de pantalla parecían ser siempre los preferidos por los clientes.

Era inevitable, desde hacía varios meses, ya nadie le pedía su opinión y más bien sentía haber adquirido la calidad de ser invisible. Se levantaba a la misma hora de siempre, se iba a la oficina, se sentaba y veía la misma hoja blanca sobre su mesa ir adquiriendo un color amarillento con el tiempo. Simplemente deambulaba de un lado a otro y el único lugar en donde sentía un poco de paz mental era en la privacidad del baño sentado en el inodoro en donde a veces se quedaba dormido. “Jorge por favor” eran las únicas palabras que oía, y entonces se disculpaba vagamente pues sabía que las decían porque se encontraba en medio camino, o “Jorge por favor” porque se le habían salido los pedos al pasar frente algún cliente, y no solo tenía que soportar la vergüenza, sino también la mirada aparentemente transigente de los presentes.

Cincuenta años habían pasado y esa mañana, nadie se dignó a levantar la mirada para despedir al viejo. No pudo llevarse sus cosas. Simplemente se despidió y tuvo la sensación de que nadie lo oía. AL detenerse junto a la puerta, se dio vuelta y se vio entrando a la oficina por primera vez. Era un joven apuesto, con el pelo rubio recién recortado y su camisa impecablemente blanca. El viejo sonrió. 
 Afuera el pueblo lo devolvió al presente. Llovía, unos pelos de gato fríos. Abrió su paraguas. Sería quizás la última vez que haría ese mismo trayecto pensaba y a cada paso observaba los pequeños accidentes en el relieve de la acera mojada que conocía tan bien. Parecía despedirse con la mirada de las manchas en el asfalto, de los hidrantes, de las paredes.  Vio su pequeña casa amarilla con el porchecito blanco al dar la vuelta en la calle de las gardenias.

¿Cómo le digo? –pensó. Le había mentido a su mujer todo este tiempo, haciéndole pensar que todo seguía igual.  La lluvia arreció y en ese momento un hombre tropezó con él y lo hizo perder el equilibrio. Cayó sobre el lodo con el paraguas a un lado. El hombre lo ayudó a levantarse y el viejo instintivamente se agarró la cartera sin decir una palabra y se alejó despacio. Al llegar al porche de su casa, puso el paraguas cerrado a un lado de la puerta y permaneció de pie con la llave en la mano enlodada sin atreverse a abrir. Pensó que la asustaría al volver de repente esa mañana. 
Se asomó por la ventana y la vio de espaldas limpiando los adornos de la repisa de la sala. La vio moverse con dificultad, repasando con un limpión seco las mismas porcelanas que él conocía tan bien. Se la imaginó, cuarenta y cinco años de mañanas haciendo lo mismo mientras él estaba en la oficina. El viejo, suspiró, se acercó al canalón y se lavó las manos en el chorro de agua fría. El lodo fue desapareciendo de ellas y le parecieron más arrugadas que nunca, aunque con la luz natural de la mañana, parecían adquirir un resplandor extraño, una pureza y delicadeza que no había visto antes.
 Se secó las manos en las piernas del pantalón y se sentó en un banco. Se sentía confundido, sin saber qué hacer ni qué decir. No se conocía fuera de la oficina. Deseaba volver el tiempo atrás, quería dibujar, cortar, pegar. Oyó los golpes de unos nudillos sobre el cristal. Se levantó y ya la puerta estaba abierta. Entró y la vio sonreír mientras caminaba hacía él con una toalla y entonces el viejo se dio cuenta de que todo estaría bien.